viernes, 26 de marzo de 2010

CARLA Y EL FARO

No había nadie en la playa. Era una tarde de invierno. Las olas rompían con fuerza contra la orilla. Hacía viento, suave pero intenso. Era una playa distinta, tenía mar por los dos lados. A la derecha un lago inmóvil, sereno; a la izquierda mar abierto, valiente, salvaje. Entre medio hermosas dunas de arena blanca y fina. En otros tiempos Carla se había sentido feliz allí. Ahora paseaba con el viento de cara, se sentía fuerte, estaba decidida. Había llegado el momento de dar ese paso tan importante que desde hacía tanto tiempo sabía que tenía que dar. Carla caminaba sin dar vuelta atrás, su moto había quedado aparcada kilómetros atrás. Era una playa de 17 km de largo, parecía que no tenía fin, se perfilaba como una línea de color naranja en medio del mar. El único punto que marcaba el final de la playa era un pequeño faro.


Carla avanzaba deprisa, cada vez más segura. Parecía como si la fuerza de sus pasos fuera capaz de ayudarla en su decisión. Era el momento de decir la verdad, el momento de contar su secreto. No había vuelta atrás. Recordó como había conocido a Alex, como habían comenzado aquella bonita historia, como después se complicaron las cosas... recordó cómo se había enterado de la noticia, recordó la reacción de él, la suya... después vino el miedo. Miedo. No iba a ser capaz de salir adelante, no estaba preparada para ser madre. No podía hacerlo, no sabía hacerlo. El no se dio cuenta de nada, pensó que a ella le hacía ilusión seguir, así que le animó a ir a por todas. Empezó a hablar de niños, comprar cosas, leer libros. Ella pensó que él se había vuelto loco, no le aclaró que no quería seguir con esto, que quería terminar con ello.


Ante la duda de que él se molestase, ella fue sola a la clínica e hizo lo que tenía que hacer, pero no fue capaz de contar la verdad. Continuó disimulando, hablando de bebés, de ginecólogos, de clases de preparación al parto... Alex empezó a comprar biberones, chupetes, pijamas y todo lo que puede ser necesario para un recién nacido. Carla sentía que se estaba volviendo loca, la mentira había llegado demasiado lejos cuando ya no había ningún bebé. Había pasado casi un mes desde su aborto, había estado mintiendo a todo el mundo, sentía que se estaba desdoblando en dos vidas. Una, la visible, la correcta, la que todos esperaban; y otra, la escondida, la real.


Carla caminaba más despacio por aquella playa escondida, perdida en el mundo. Es una de esas playas que no vienen en los mapas y que sólo conocen unos pocos. Carla no estaba segura de lo que había hecho, tenía miedo de haberse equivocado, tal vez no lo pensó demasiado, fue un acto impulsivo? fue sólo miedo? por qué? Carla se sentía sin salida. Necesitaba deshacerse lentamente en miles de trocitos de cristal. Sentía querer caerse esparcida por esa playa, esa arena. Pertenecer a la arena como si ella fuera un conjunto de miles de puntos diminutos. No sabía cómo afrontar la realidad. No sabía cómo se cuenta una verdad tan grande ante una mentira tan horrible. Empezaba a sentirse más débil. El viento se intensificaba, soplaba cada vez más desafiante, las olas cada vez más grandes. Comenzaba a llover muy fuerte, era casi granizo. Hacía frío, un frío cortante y helado que se metía por debajo de su ropa. Carla pensó que era el final, había andado demasiado, si no paraba de llover, si no se calmaba el frío, no se sentía con fuerzas para volver.


Desaparecer. Desintegrarse. Vaporizarse. Eran los deseos de Carla mientras llegaba al final de la playa, una playa llena de dunas, llena de vida, llena de cosas bonitas que se acaban. Carla siguió avanzando. Sentía que era el final. Seguiría hasta que se acabara la playa. Sentía el frío cortándole los huesos, el viento aplastando su pelo, los rayos apuntando hacia ella. No se veía capaz de tomar ningún otro destino que el de seguir hacia adelante por esa playa. Tenía una lucha que vencer, una verdad que afrontar, una vida real por debajo de una vida inventada. No podía dejar que esta vida inventada fuera la protagonista. Tenía que sacar esa fortaleza que algún día tuvo, y desenmascarar esta película.


Y de repente: el faro. Carla avanzó muy despacio hasta situarse delante de la puerta. La vista era espectacular. Arena, dunas, mar por todas partes. Y un faro. Un faro blanco muy alto, esbelto, imponente. Estaba iluminado por dentro. Carla estaba empapada, bloqueada, asustada. Quiso entrar. En ese momento Carla no sabía lo que podía haber allí dentro, pero si entraba podría refugiarse de la lluvia y del miedo de aquello que antes le daba tanta seguridad y ahora la asustaba tanto.


Llamó a la puerta. No contestaba nadie. No parecía haber nadie. Carla esperó, deseo con todas sus fuerzas que hubiera alguien allí dentro. Se sentía sola en el mundo, con esa lluvia torrencial que parecía desmoronarlo todo. Espero... uno, dos, tres, zas! La puerta se abrió. Detrás de ella sólo había una niña. Una niña pequeña de unos 5 o 6 años, el pelo largo y rubio lleno de tirabuzones. Y una sonrisa. "Hola Carla" -le dijo sonriendo. Esta niña le resultaba familiar. ¿Qué estaba haciendo allí? La invitó a pasar. Dio un paso al frente, había un pequeño espacio muy confortable y una enorme escalera. Siguió a la niña que la llevó hasta una pequeña sala, donde la invitó a una taza de té. Carla estaba estupefacta. "¿Quién eres?" -le dijo. La niña la miró fijamente unos segundos de una forma demasiado directa. Carla se sintió un poco insegura aunque, era mucho mejor estar allí dentro que fuera sola ante la tempestad. La niña le respondió "Soy la niña que no quisiste tener".


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